SEIS

Nadia estaba sentada en su silla, las piernas cruzadas, con un anotador y un bolígrafo azul en la mano. Dominaba la situación. Ese era su trabajo. Esperó unos pocos segundos en silencio. Así comenzaba las sesiones. Pero esta vez le ganó la ansiedad. Interrumpió el silencio.
-¿De qué cosas disfrutas?- preguntó.
-Hoy por hoy, de nada. Hace meses que no disfruto. Sobrevivo- respondió Federico, recostado en el diván.
Nadia no respondió. Jugó con el silencio nuevamaente. Pero por su mente se cruzó la idea de que, tal vez, ese silencio reprimía una pregunta. Federico era un paciente especial. Ella lo había charlado en su espacio de supervisión. En su propia psicoterapia. 
-Para mi todo es un esfuerzo. Todo requiere de una impostura. Por momentos quiero salir de mi cuerpo. Ver todo desde afuera, para decidir sin síntomas.
El consultorio de Nadia funcionaba en uno de los tres ambientes del departamento que ella había heredado tras la muerte de sus padres. La vivienda formaba parte de la esquina este de La Manzana. Los pacientes, desde el diván tenían vista hacia el sol de la mañana. Este detalle le molestaba a Guillermo, pues en varias ocasiones se había distraído observando los juegos que hacía la luz en el vitreax. “Voy a decirle a Nadia que cambie de posición el diván. No pago para pensar en colores”.
-¿Entonces?
Guillermo no respondió. Su mente quedó en lo que veía en la ventana. Una figura humana se movía tras los colores de los vidrios.
-¿Entonces? Insisto, tenés que salir de ese círculo. Ya lo hablamos.- Reclamó Nadia.
-Hay una persona- La voz de Guillermo sonó anudada
-¿“Una persona”, de qué hablás, cómo no lo dijiste antes?
-Hay una persona en tu balcón.
Nadia sacó desvió su mirada, que estaba fija en los cabellos enrulados de Guillermo, y miró la puertaventana de vidrios de colores. Detrás se dibujaba una sombra humana. Ere evidente que se trataba de una mujer, de baja estatura. La mujer pegó su cabeza contra la ventana haciendo un ruido monstruoso. Ahí Nadia pudo ver que se trataba de su vecina Sofía. Una anciana que vivía con su esposo, y con la compartía balcón.
Al reconocerla Nadia se levantó con intención de abrir la puerta y ver qué necesitaba Sofía. Ni bien se movió de su silla Guillermo la detuvo. La tomó de su mano, fuerte, a la vez que le indico que haga silencio. Ella, sorprendida por la textura de la piel de su paciente y de lo que eso le producía, obedeció. Detrás de los vidrios se vio, también, la figura de un hombre.
-Sofía, ¿Qué te pasa?, entrá.- Dijo el hombre. Su voz sonó preocupada. Se trataba del Jaime, el esposo de Sofía.
La tomó por los hombros. La figura de la anciana giró rápidamente y desde adentro de la habitación vieron claramente que se abalanzó sobre su esposo. Este gritó de tal manera que heló la sangre de Nadia. Guillermo la abrazó.
-Algo pasa. Algo malo-dijo el paciente.
Las figuras de los ancianos cayeron y desaparecieron de la vista de Nadia y Guillermo. La psicóloga no podía hablar. Estaba aterrada. Guillermo se puso de pie y abrazando a Nadia encaró para la puerta de la habitación.
-Esperame acá. No te muevas Nadia.
Él se acercó lentamente a la puertaventana y la abrió. En el piso, Sofía tenía la cara sumergida en el vientre de su esposo, que no se movía. La piel del anciano estaba desgarrada y los dientes de la mujer no paraban de mordisquear las entrañas rotas del cadáver de su esposo.

Guillermo, espantado pero no por eso paralizado, corrió. Tomó de la mano a Nadia y juntos abandonaron en departamento.