Nadia estaba sentada en su silla, las piernas cruzadas, con
un anotador y un bolígrafo azul en la mano. Dominaba la situación. Ese era su
trabajo. Esperó unos pocos segundos en silencio. Así comenzaba las sesiones. Pero
esta vez le ganó la ansiedad. Interrumpió el silencio.
-¿De qué cosas disfrutas?- preguntó.
-Hoy por hoy, de nada. Hace meses que no disfruto.
Sobrevivo- respondió Federico, recostado en el diván.
Nadia no respondió. Jugó con el silencio nuevamaente. Pero por
su mente se cruzó la idea de que, tal vez, ese silencio reprimía una pregunta. Federico
era un paciente especial. Ella lo había charlado en su espacio de supervisión.
En su propia psicoterapia.
-Para mi todo es un esfuerzo. Todo requiere de una
impostura. Por momentos quiero salir de mi cuerpo. Ver todo desde afuera, para
decidir sin síntomas.
El consultorio de Nadia funcionaba en uno de los tres
ambientes del departamento que ella había heredado tras la muerte de sus
padres. La vivienda formaba parte de la esquina este de La Manzana. Los
pacientes, desde el diván tenían vista hacia el sol de la mañana. Este detalle
le molestaba a Guillermo, pues en varias ocasiones se había distraído
observando los juegos que hacía la luz en el vitreax. “Voy a decirle a Nadia
que cambie de posición el diván. No pago para pensar en colores”.
-¿Entonces?
Guillermo no respondió. Su mente quedó en lo que veía en la
ventana. Una figura humana se movía tras los colores de los vidrios.
-¿Entonces? Insisto, tenés que salir de ese círculo. Ya lo
hablamos.- Reclamó Nadia.
-Hay una persona- La voz de Guillermo sonó anudada
-¿“Una persona”, de qué hablás, cómo no lo dijiste antes?
-Hay una persona en tu balcón.
Nadia sacó desvió su mirada, que estaba fija en los cabellos
enrulados de Guillermo, y miró la puertaventana de vidrios de colores. Detrás
se dibujaba una sombra humana. Ere evidente que se trataba de una mujer, de
baja estatura. La mujer pegó su cabeza contra la ventana haciendo un ruido
monstruoso. Ahí Nadia pudo ver que se trataba de su vecina Sofía. Una anciana
que vivía con su esposo, y con la compartía balcón.
Al reconocerla Nadia se levantó con intención de abrir la
puerta y ver qué necesitaba Sofía. Ni bien se movió de su silla Guillermo la
detuvo. La tomó de su mano, fuerte, a la vez que le indico que haga silencio.
Ella, sorprendida por la textura de la piel de su paciente y de lo que eso le
producía, obedeció. Detrás de los vidrios se vio, también, la figura de un
hombre.
-Sofía, ¿Qué te pasa?, entrá.- Dijo el hombre. Su voz sonó preocupada.
Se trataba del Jaime, el esposo de Sofía.
La tomó por los hombros. La figura de la anciana giró
rápidamente y desde adentro de la habitación vieron claramente que se abalanzó
sobre su esposo. Este gritó de tal manera que heló la sangre de Nadia.
Guillermo la abrazó.
-Algo pasa. Algo malo-dijo el paciente.
Las figuras de los ancianos cayeron y desaparecieron de la vista
de Nadia y Guillermo. La psicóloga no podía hablar. Estaba aterrada. Guillermo
se puso de pie y abrazando a Nadia encaró para la puerta de la habitación.
-Esperame acá. No te muevas Nadia.
Él se acercó lentamente a la puertaventana y la abrió. En el
piso, Sofía tenía la cara sumergida en el vientre de su esposo, que no se
movía. La piel del anciano estaba desgarrada y los dientes de la mujer no
paraban de mordisquear las entrañas rotas del cadáver de su esposo.
Guillermo, espantado pero no por eso paralizado, corrió. Tomó
de la mano a Nadia y juntos abandonaron en departamento.